Alcoholismo y Juventud... ¿Divino Tesoro?

(Publicado en la revista de cultura y política La Tecl@ Eñe – Nro. 39 correspondiente a marzo - abril de 2010 y en Centro de Estudios Sociales Argentino con fecha 26/3/2010)

ALCOHOLISMO Y JUVENTUD… ¿DIVINO TESORO?

He recibido una nueva invitación del director periodístico de La Tecl@ Eñe, consultándome esta vez acerca del elevado consumo de alcohol entre los adolescentes, como así también sobre el aturdimiento que el fenómeno del alcoholismo provoca en nuestra juventud. Me cuenta el Lic. Conrado Yasenza que suele encontrarse con jóvenes escuchando música a volúmenes increíbles y totalmente alcoholizados, entendiendo él que buscan desconectarse en bailes donde no se baila y que consumen bebidas alcohólicas solamente como un modo de evasión. Me pide si le puedo aportar algunas ideas al respecto, por lo que a continuación va este intento de abordaje de una problemática multicausal con aristas sumamente variadas y complejas. Digo, para comenzar, que hoy en día es considerable el aumento de la cantidad de bebidas ingeridas y el de su graduación alcohólica, tal como se desprende de las numerosas encuestas existentes en esta materia.

El mundo adolescente está destinado en gran parte al consumo de bebidas alcohólicas, siendo la edad media de inicio entre los 13 y 14 años tanto en los varones como en las mujeres. Las últimas estadísticas arrojaron que el setenta y cinco por ciento (75%) de los bonaerenses comienzan a consumir bebidas alcohólicas antes de los 18 años de edad. Además, ha dejado de ser algo exclusivo y propio del sexo masculino, pues hoy son muchas las mujeres que se han sumado a esta puntual costumbre. Lo que este problema plantea es que el joven suele encontrar en la ingesta de alcohol una vía de escape a sus problemas irresueltos, la mayoría de ellos con base en la falta de amor, protección y cuidado de su entorno. Tal orfandad afectiva hace que el adolescente se sienta cada vez más solo, librado a su propia suerte y procurando sepultar la angustia y el desamparo que esas carencias le ocasionan.  El chico que toma alcohol termina haciéndose esclavo de sí mismo.

Muchas veces estamos ante verdaderos ritos de iniciación, como un modo de inscribir en lo simbólico el pasaje de la niñez al mundo de los adultos. Los jóvenes piensan que con el alcohol pueden potenciarse, sirviéndoles para cambiar su estado de ánimo. Superan la timidez, se ponen más eufóricos y alegres. La ingesta de bebidas alcohólicas es desinhibidora y facilitadora para vincularse y, toda vez que es una droga socialmente aceptada,  sólo ven aquellos aspectos que consideran positivos. Nada quieren saber acerca de que un ochenta por ciento (80%) de las muertes registradas entre los adolescentes se deben a causas violentas y, dentro de ellas, las relacionadas con el alcohol y las drogas ocupan un lugar destacado. Se sabe que la adolescencia es una etapa particularmente vulnerable. El abuso en la consumición de bebidas alcohólicas termina siendo con frecuencia la puerta de entrada que conduce a los chicos  hacia la adicción de otras drogas, más dañinas para su salud.

Otro dato de la realidad es que dicha ingesta es mayor cuando los adolescentes están en grupo, sobre todo en las fiestas y en lo que ellos han dado en denominar la “previa”. En ese encuentro habitual antes de ir al boliche toman bebidas alcohólicas en cantidad, muchas veces mezcladas con energizantes.  Pareciera que los jóvenes creen que se es grande por tomar alcohol. Lo que en verdad ocurre es que necesitan reducir el monto de angustia que los habita, siendo el alcohol una especie de quitapenas que les permite esquivar los límites que la realidad impone y acceder así a un mundo que ofrecería condiciones más placenteras.  Sin la cerveza y la sidra suponen que el fuego de la adolescencia no se enciende aunque, paradojalmente, lo cierto es que el alcohol y la tumescencia no se llevan del todo bien y son claramente incompatibles. No obstante ello, ir abstemio a las salidas nocturnas sería hoy algo contrario a los códigos y a las normas del entorno juvenil.

Y ya que hablamos de normas, el alcoholismo en la adolescencia es una cuestión relacionada con la anomia o ausencia de normas. Los chicos avanzan en el consumo de bebidas alcohólicas debido a sus carencias, a sus soledades, a la falta de valores y de certezas. Mucho tiene que ver la fuerte ausencia de modelos que en la actualidad vemos tanto en las familias como en las escuelas, ambas instituciones socializadoras por naturaleza. Hay una crisis de autoridad en las funciones paterna, materna y docente de las cuales devienen situaciones de rebeldía y de conflicto. Rige hoy un estado confusional de pérdida de parámetros esenciales, traducido en un fenómeno de incertidumbre que profundiza todo consumismo en la juventud. A esto podemos sumar el bombardeo constante, desde los grandes medios de comunicación, que publicita una vida por demás exitosa que se puede lograr con una botella en una mano y una hermosa mujercita blonda en la otra.

Es importante abrir espacios de reflexión donde pensar, sentir y hacer algo que permita combatir este fenómeno, pues no existe una suficiente conciencia social ni se vislumbran planificaciones estratégicas. Es más, entiendo que la embriaguez temprana es funcional al mercado y a la sociedad consumista le viene de perillas las intoxicaciones alcohólicas adolescentes. Que siga el “como sí” del deseo y que aumente la adrenalina en los jóvenes. Que el alcohol continúe siendo un boleto de ida en procura de sortear los rasgos paradojales de un superyó de época que ordena gozar a toda costa, a cualquier precio. Si bien el alcohol no es lo mismo que el trastorno del alcoholismo, el peligro es que esa primera ritualidad oral que dice presente con el alcohol se repita compulsivamente y se inscriba en la subjetividad de nuestros pibes, convirtiéndose en adicción. Ad-dictum es el que se halla en disponibilidad para recibir mandatos y obedecerlos acríticamente.

En consecuencia, debemos ayudar a los adolescentes a conquistar su pubertad, que puedan elaborar los duelos que inevitablemente implica el crecimiento como sujetos bio-psico-sociales y espirituales. Hoy la tendencia consumista ataca a todos, a los que tienen más y a los que nada tienen. Habremos de diseñar programas de educación que actúen principalmente en la preadolescencia, incidiendo en la relevancia de la familia y de la escuela como medios de formación y de información, mejorando el diálogo y los vínculos, transmitiendo valores que puedan ofrecer a los jóvenes un modelo de vida más saludable. Semejante responsabilidad tiene que ser compartida por todos, tanto por el Estado como por la familia y por la comunidad en general.  El objetivo no será otro que el de derrotar ese falso enlace de la intoxicación con el goce de lo prohibido, para que la adolescencia y la juventud vuelvan a ser un divino tesoro… ¡y no se vayan con el alcohol para no volver!