free credit rm30 La Adolescencia en los Tiempos de la Fluidez

La Adolescencia en los Tiempos de la Fluidez

(Publicado en la revista de cultura y política La Tecl@ Eñe — Nro. 41 correspondiente a julio - agosto de 2010; en Centro de Estudios Sociales Argentino con fecha 21/7/2010; en El Otro Psi - Año XVI Nro. 169 de septiembre de 2010 y en Reflexiones sobre Educación con fecha 1/9/2010)

LA ADOLESCENCIA EN LOS TIEMPOS DE LA FLUIDEZ

La adolescencia (ad-dolescere, dolere) es un tiempo de fragilidad subjetiva, toda vez que el joven se está transformando, está dejando de ser un chico para atravesar duelos constantes referidos a la pérdida de su cuerpo infantil y a la declinación de sus padres ideales. Sabemos que la estructuración del joven es efecto no sólo de herencias filogenéticas, sino también de acontecimientos ontogenéticos y de las respuestas consecuentes advenidas de ese hablante ser en plena formación. La subjetividad es un modo de pensar, de sentir y de hacer en el mundo; por lo que la subjetividad adolescente es también un modo de hacer con lo real, es un conjunto de operaciones realizadas, repetidas, creadas e inventadas. El interrogante es si, en estos tiempos fluidos posmodernos, no se encuentran agotados los paradigmas mediante los cuales construimos, durante casi un siglo, los fenómenos de producción y significación de tipos subjetivos.

Según Zygmunt Bauman, la vida líquida es un inventario de comportamientos de la sociedad actual donde las reglas cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en hábitos determinados. Tal idea de lo líquido se refiere a lo fluido, a lo no sólido, a lo no fijo. Por ende, las identidades de nuestros pibes son móviles y la convivencia entre ellos no es hoy un escenario propicio para el diálogo. Parece que el diálogo de antaño ha sido reemplazado por la polémica y por la propaganda, que son en verdad dos especies de monólogo. No es fácil hoy encontrar ideales que orienten ni elevados valores que se transmitan, que persistan en el tiempo y que conserven su forma. La metáfora de la fluidez explica que todo se transforma constantemente, se desplaza con facilidad e, incluso, puede desbordarse. El concepto de desborde va muy de la mano con los múltiples territorios que habitan nuestros adolescentes, tanto en lo individual como en lo comunitario.

Creemos que las funciones paterna, materna y docente se han debilitado en estos días de hipermodernidad, de modernidad tardía. Otro tanto puede decirse respecto de las autoridades llamadas a conducir los destinos de todos y, a la vez, responsables de llevar a cabo las políticas públicas en la materia. El Estado ya no provee sentido ni consistencia ética integral a las demás instituciones primarias e intermedias, tales como la familia, la escuela, el trabajo, la universidad y las distintas organizaciones sociales y culturales. Nuestros jóvenes ya no encuentran parámetros estables en esta época de valores volátiles, donde las identidades son móviles y los modos de vinculación suelen ser meros espacios de exclusión cada vez más indiferentes. Sin paternidad estatal ni fraternidad institucional queda sólo la pura actualidad del ahora, quedando el camino libre tanto para las prácticas mediáticas como para las frías reglas del mercado y del consumo.

En la cultura de la fluidez y de la hibridación total, muchos pibes sienten que todo es transitorio y que se ha institucionalizado la incertidumbre. La endeble imagen del consumidor ha dado por tierra con la del habitante-ciudadano, aquel que podía elevarse hacia ideales más definidos y vincularse a una mayor parte de humanidad. La subjetividad dominante no es institucional, sino que emana de los grandes medios de comunicación que venden a precio vil la efímera figura del famoso. Los variopintos personajes televisivos que pululan a diario por la pantalla chica —hoy también mediana y grande—  han logrado su “fama” por el simple hecho de ser famosos… ¡y nada más! Entendemos que los jóvenes necesitan otra cosa, algo más sólido: como ser marcos de referencia estables y, por qué no, también un poco de orden y seguridad. Es imprescindible crearles mayores y mejores espacios de autonomía que les permitan hacerse dueños de sus propios destinos.

Es sabido que no hay recetas fáciles ni cómodas. En la era de la fluidez, usando la terminología de Ignacio Lewkowicz, los jóvenes sufren por dispersión y aburrimiento. La experiencia del tedio y de la superfluidad no les deja huella duradera, no traza, no conecta. Ya nos hemos referido en alguna otra oportunidad al malestar del kakón adolescente, expresión utilizada para designar una ausencia de sentido existencial y una fuerte tendencia a la inercia de la pulsión de destrucción en pibes abandonados por los Otros. Por su lado, nuestro modelo socio-económico regresivo y distorsionado no deja de generar una multitud de adolescentes en grave situación de riesgo. No es menor ni casual el señalamiento que hace el Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), cuando sostiene que América Latina es una región donde la mayoría de los pobres son jóvenes y niños, y la mayoría de los jóvenes y niños son pobres.

Desde el terreno social, es fundamental asumir el rol de verdaderos agentes de un proceso de cambio planificado, contribuyendo a desarrollar una conciencia crítica y un proyecto histórico alternativo. Tal transformación debe estar acompañada de la producción de un nuevo saber, fomentando la creación de redes multidisciplinarias y apostando al fortalecimiento de las mismas. Afortunadamente, ya son muchas las organizaciones no gubernamentales que están en plena campaña de atención de chicos desconocidos, vulnerados y abandonados para brindarles un futuro de vida. No sólo trabajan con los jóvenes, sino también las estrategias están dirigidas al fortalecimiento familiar y con la convicción de que es necesario reflexionar acerca de las prácticas para una mejor elaboración de respuestas éticas institucionales. Otro tanto ocurre con la confección de estadísticas de evaluación y monitoreo para esta delicada y trascendente realidad.

Desde el campo de lo jurídico, la actual ley de protección integral de sus derechos ha terminado con casi cien años de un arcaico régimen de tutelaje y judicialización de nuestros jóvenes. Al menos desde lo legal, hoy se contempla a la niñez y a la adolescencia como una verdadera prioridad estratégica ineludible en el ámbito de nuestra comunidad y de cara al recién iniciado siglo XXI. De allí que los chicos sean considerados sujetos activos y plenos de derechos, dada su condición de personas en desarrollo. Los aludidos derechos y garantías —todos de orden público y de carácter irrenunciable— son, entre otros: el derecho a la vida, a la dignidad e integridad personal (física, sexual, psíquica y moral), a la identidad, a la libertad, a la igualdad y a la no discriminación, a la vida privada e intimidad familiar, a la salud, a la educación, a la libre asociación, al trabajo adolescente, a la seguridad social, al medio ambiente, al deporte y al juego creativo.

Los ejes que conforman las diversas medidas de protección integral pueden sintetizarse del siguiente modo: fortalecimiento del rol de la familia; descentralización de los organismos de aplicación; gestión asociada de los órganos de gobierno con la sociedad civil; promoción de redes intersectoriales; y constitución de organizaciones en pos de la defensa y la protección de los derechos de la juventud y de la niñez. Además, hacemos puntual referencia a la responsabilidad gubernamental, a la responsabilidad familiar y a la ineludible participación comunitaria necesaria si se pretende lograr la tutela de todos y cada uno de los derechos y de las garantías protegidas. Habremos de ir en procura de un nuevo paradigma, con fundamento en una ética humanista que termine con este desgarramiento producido por tanta posmodernidad líquida y fluida. Decimos, entonces, que la verdadera generosidad con el futuro consiste en dar todo en el presente.